viernes, 26 de diciembre de 2008

RESTOS DIURNOS DE UNA NOCHE NEGRA, por Matías Nan


“El sueño es una segunda vida. No he podido atravesar sin estremecerme esas puertas de marfil que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte. Un adormecimiento nebuloso embarga nuestro pensamiento, y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia. Es un abismo impreciso que se ilumina poco a poco, y donde se separan de la sombra y de la noche, las pálidas figuras, gravemente inmóviles, que habitan en la mansión del limbo. Después, el cuadro se forma, una claridad nueva resplandece y las fantásticas apariciones se mueven: el mundo de los Espíritus se abre ante nosotros.
Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia y las consideraba más propias del delirio que del sueño.”
Gérard de Nerval (1808-1855)

Apelando nuevamente a la construcción escénica desde la interlocución de lenguajes, Pablo Rotemberg, nos ha sumergido por vía de la precisión y virtuosismo técnico en lo real y poético del sueño.
El joven director transforma el escenario en una realidad onírica de fuerte densidad. Movimiento, espacio, objetos, luz, vestuario, interpretación y sonoridad se relacionan de modo tal que los espectadores asistimos a una experiencia conmovedora.
La irrupción pareciera caracterizar esta composición y con ello acercarse fuertemente a lo inconsciente.
Los cambios en la sonoridad y el movimiento son precisas e inesperadas irrupciones de algo otro que sorprende y desarrolla un discurso que contiene lo terrible y maravilloso de la onírico. Amor, violencia y soledad son algunas de las problemáticas que aparecen en este discurso espectacular, cuyo modo de construcción y temática se encuentran en consonancia con lo que jóvenes directores e intérpretes internacionales desarrollan en estos tiempos (Festival Internacional de Danza Teatro en Viena – Austria 2008).
Rotemberg pareciera no temer al grotesco, lo animal, el desequilibrio, la extrema velocidad y el cambio violento. Al igual que él lo hace en “El Lobo”, sus intérpretes son conminados a una exigencia física y precisión asombrosa.
Esta es una elaboración secundaria posible sobre un material lleno de imágenes sonoras que establecen una ligazón que moviliza y despierta la consciencia de la noche en términos subjetivos e íntimos.
Ficha técnico artística
Título: La noche más negra
Escenografía: Gabriela A. Fernández
Iluminación: Alejandro Le Roux
Música: Alessandro Fiorello, Henryk Górecki, Giya Kancheli, Erwin Schulhoff
Asistencia artística: Ayelén Clavin
Coreografía: Pablo Rotemberg
Complejo Teatral Buenos Aires Gral San Martín. Sala Presidente Alvear.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Ciclo en Filo

El Instituto de Artes del Espectáculo “Dr. Raúl H. Castagnino”, FFyL, UBA, invita a participar del Ciclo:



“TEATRALIDAD EN ACCIÓN”
Encuentros de diálogo con teatristas e investigadores, abiertos a la comunidad



PROGRAMACIÓN



DICIEMBRE



- Lunes 1, 15 a 17 hs. Encuentro con la "Compañía Experimental de Tango Arte", con la participación de los integrantes Diego Mauriño (actor), Lautaro Cancela (bailarín) y Julián Rodríguez (diseñador audiovisual). Se invita a visitar la página Web: www.tangoscene.com.
Organización y coordinación: Adriana Carrión y María Rosa Petruccelli.



- Lunes 15, 17 hs. Encuentro Teatralidad en contexto, un más allá (o más acá) del texto. A cargo de Ricardo Sassone.



- Lunes 15, 18 hs. Encuentro A. Strindberg, nuestro contemporáneo. A cargo de Liliana B. López y Julia Elena Sagaseta.



Sede: Instituto de Artes del Espectáculo, 25 de Mayo 217, 3er. Piso.

Entrada libre y gratuita. Se otorgarán certificados de asistencia.



Director del Instituto: Francisco Javier

Directora a cargo: Adriana Scheinin

domingo, 23 de noviembre de 2008

El pliegue barroco para el ojo voyeur, por Liliana López


Tanto en psicología como en geometría, la idea de
un espacio homogéneo ofrecido por completo a una inteligencia
incorpórea es reemplazada por la idea de un espacio heterogéneo, con direcciones privilegiadas, que se encuentran
en relación con nuestras particularidades corporales y nuestra
situación de seres arrojados al mundo. (Merleau-Ponty)

La Venus de las pieles construye una imagen del espacio a la manera de la “estética del cuadro”, cuyo origen en el teatro occidental puede datarse desde el Renacimiento; un cuadro dinámico, “enmarcado”, que, a la vez, permite al espectador (siempre en posición estática y frontal) elegir un marco y un encuadre propio. Si el plano del cuadro posibilita la ilusión de la perspectiva, los volúmenes de los cuerpos y objetos en el espacio, la construyen como fenómeno: La Venus de las pieles exige a la mirada, más que un “barrido” horizontal, una actividad en “profundidad”.
En primer plano, aparece el espacio socializado; al descorrerse el pesado cortinado púrpura, se accede visualmente a una zona “intermedia” y en tercer y último plano, al punto de fuga: justamente allí, se recreará la imagen plástica de “La Venus del espejo” (circa 1648-1650) de Diego de Velásquez; el “cuadro vivo” presenta una diferencia: la sustitución del ángel que sostiene el espejo –aquí, una bandeja reflectante- por la criada. La multiplicación de la imagen, característica del Barroco histórico, conecta esta figura con “La Venus de las pieles” de Tiziano (la imagen reproducida en el programa de mano), y con la descripción que aparece en la novela homónima de Leopold von Sacher-Masoch, en la que Severino confronta esta última reproducción con la de Wanda (la mujer-verdugo).
La relación triádica entre realidad, imagen y representación que aparece en el cuadro de Velásquez (la diosa de espaldas y el reflejo de su rostro en el espejo) se disemina a través de las numerosas conexiones intertextuales que la puesta en escena establece -más que verbalmente- por medio del dispositivo del espacio escénico.
El desbordamiento espacial característico del barroco también se sigue en las entradas de los personajes por los laterales, ampliando la frontalidad a la periferia. Respecto de los observadores, ya sea como punto de partida (centrífugo) o de llegada (centrípeto), la imagen del rostro reflejado en el espejo, al tiempo que condensa la figura del solipsismo narcisista, se entreabre a instancias múltiples de “pliegues” (la actriz, representando una actriz, que a su vez es contratada para representar el rol de Wanda, las representaciones plásticas, etc.).
El pliegue, otro rasgo con el que Gilles Deleuze (2006) ha caracterizado la estética barroca, devela y oculta algo al mismo tiempo; tal como sucede con las pieles de animales sobre la piel de la diosa-mujer en las imágenes pictóricas. Crea la ilusión de una visión háptica (táctil) sin dejar de ser una visión óptica. Por su parte, el espacio escénico va desplegando como espectáculo lo que se hallaba oculto, hasta exponer en primer plano la relación sado-masoquista (un “monstruo semiológico” según Deleuze), pero enmarcada en una ficción metateatral.
Lo que por el código social permanecía en el ámbito de lo privado o de la literatura, a partir de la utilización (y resignificación) que hace la puesta en escena del espacio teatral barroco y de las meta-imágenes, apelando a su alto grado de artificio, es avanzar hacia su exposición pública en este otro contexto, una etnografía del vacío que se esconde detrás del plano de las imágenes planas de los anuncios, las pantallas mediáticas o las cibernéticas.
Éste, nuestro contexto, evita la profundidad visual, tanto como rehuye de la percepción táctil, en tanto que la “realidad” aparece mediada por la imagen. Sin embargo, desde el punto de vista fenomenológico, la visión misma anticipa una experiencia táctil, al menos virtualmente. El cuerpo del observador (y agrego, por si fuera necesario, aún más el del voyeur), tal como lo ha planteado Merleau-Ponty (2003), no está “fuera” del espacio observado (excepto en casos patológicos), sino que es el propio cuerpo el que construye la espacialidad. Anacrónicamente, si se quiere, el trazado espacial de La Venus de las pieles estimula la sensorialidad háptica.

Lecturas recomendadas:
-Deleuze, Gilles. 2001. Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel. Buenos Aires: Amorrortu.
-Deleuze, Gilles. 2006. El pliegue: Leibniz y el Barroco. Buenos Aires: Paidós Ibérica.
-Merleau-Ponty, Maurice. 2003. El mundo de la percepción. Siete conferencias. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

sábado, 15 de noviembre de 2008

ENCUENTRO EN HOMENAJE A AUGUST STRINDBERG


Con motivo de conmemorarse los cien años del estreno mundial de Sonata de espectros (1908), las cátedras de Historia del Teatro Universal IV y Análisis del Texto dramático y espectacular, organizan este evento, el jueves 20 de noviembre de 2008, en la sede del Departamento de Artes Dramáticas (IUNA), sito en French 3614, entre las 14 y las 20 hs.

El Encuentro consistirá en mesas redondas integradas por actores, directores y escenógrafos que han realizado puestas en escena de textos de Strindberg

(Beatriz Spelzini, Alejandro Tantanián, Jorge Macchi, Guillermo Flores, Luis Cano, entre otros)
y proyecciones de fragmentos de algunas puestas en escena (Padre, dirigida por Alberto Ure, Sonata de espectros, dirigida por David Amitín, entre otras)

domingo, 26 de octubre de 2008

Heldenplatz (Plaza de los Héroes), por Liliana López


Ficha técnica: Heldenplatz (Plaza de los Héroes), de Thomas Bernhard. Traducción de Miguel Sáenz. Actúan: Azucena Lavin, José Ignacio Tambutti, Rita Cortese, Paula Ituriza, Juliana Muras, Pompeyo Audivert, Jimena Anganuzzi, Tina Serrano, Horacio Marassi. Pianista: José Ignacio Tambutti. Vestuario: Mirta Liñeiro. Escenografía: Norberto Laino. Dirección: Emilio García Wehbi. Espacio: Sala Casacuberta. Teatro San Martín.

La crisis de la representación aflora como problema en esta puesta en escena: en una sala oficial, con un texto del dramaturgo y narrador austríaco Thomas Bernhard, Emilio García Wehbi pone en funcionamiento una máquina de multiplicar sentidos. A través de citas que refieren a otras citas, para discutirlas, desambiguarlas o resemantizarlas, y de varios lenguajes artísticos, organiza una temporalidad escénica propia de la composición musical clásica, en tres movimientos sucesivos, que varían en el tempo y en la forma, manteniendo una relativa independencia entre ellos. Así pareció haberlo percibido el público, que aplaudía al finalizar cada movimiento, culminación indicada por la ejecución en piano de José Ignacio Tambutti.
La organización triádica incluye la variación en la forma, pero aquí, ya propiamente en el territorio teatral: comedia, tragicomedia, tragedia. El director sigue la concepción del autor del texto sobre la identificación entre la vida/historia y comedia/teatro, subsidiaria de una buena parte del pensamiento occidental (la estética barroca, el teatro isabelino, los románticos alemanes). Y aparece Marx, a su vez, citando (de memoria) a Hegel en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.” Aquí se sustituirá “farsa” por “comedia”, y todo este primer movimiento estará organizada en el tempo y la forma vivaz de la comedia, vertebrada por el extenso monólogo de la Sra. Zittel (Rita Cortese), que delata, provocando el humor, la divergencia entre las afirmaciones y las acciones del suicida, el Profesor Schuster.
El segundo movimiento posee el claroscuro de la tragicomedia, luces y sombras que se proyectan sobre el presente, a través de las referencias al racismo larvado en Austria. La tríada se cierra en tragedia, el drama del futuro que Bernhard denuncia, y que la puesta anticipa, exponiendo las fisuras: la pantalla abre una ventana a la Heldenplatz, exhibe a Hitler pronunciando un discurso, que, aunque asordinado, se percibe. Tanto como los ruidos de la Noche de los Cristales rotos. Así lo muestra la Sra. Schuster, enmudecida ante el horror, extraviada su razón. La tragedia se vislumbra a través de la actuación de Pompeyo Audivert, cuando, frente al micrófono (y aunque las palabras digan otra cosa, si es que todavía dicen algo), repite el gesto autoritario, deviene fanático. El cartel (brechtiano) que aparece al final, “Ceci nést pas une pipe” remite como cita a Magritte, y Foucault: la cuestión de la representación se despliega en una deriva sin fin.

sábado, 11 de octubre de 2008

Llanos de desgracia, por Liliana López


Este espectáculo de Beatriz Catani, que recién ahora podemos ver en Buenos Aires, podría llamarse de una manera mucho menos poética que la que condensa su título -algo así como “Lo que dejó la crisis”- pero, afortunadamente, evita la referencia directa y procede por alusión poética.

Los relatos aminorados se construyen y se deconstruyen como el tejido de Penélope, en fragmentarias charlas de café; apenas monólogos, porque nadie parece escucharse más que a sí mismo; apenas unas tarjetas postales, algo menos que una carta; apenas, unas canciones. El monolingüismo del Otro. La ausencia de los grandes relatos, de los que ya no queda ni memoria. Hay que reinventar todo, desde el llano, desde la desgracia.

Los espacios son creados por los cuerpos. De a ratos, el “bar” resulta una suerte de Babilonia latinoamericana, donde las diferencias que marcan los idiolectos no ocultan una indigencia común, la falta de trabajo, la dignidad resentida. La pensión, donde caben dos, pero pueden caber tres. Y la calle, la estación de tren, donde puede ocurrir todo, el robo y también el amor a primera vista.

Los objetos van y vienen, sustraídos, devueltos, donados: desde una heladera portátil, prendas femeninas, o la bola de cristal con paisaje nevado, tan kitsch, pero que, de mano en mano, deviene en talismán.

Hay que reinventar todo, empezando por los vínculos, por la repetición de una canción polaca –cuya traducción decepciona- pero que opera como ritornelo a un pasado inventado. Un teatralidad que parte de lo mínimo, que desacraliza (por omisión) las convenciones, que se rearma desde los restos de poesía de lo cotidiano.



Actúan: Graciela Martínez Christian, Leticia Fiori, Jorge Guntín, Román Kuzmanich, Silvia Rebagliati, Germán Retola, César Rodríguez, Juan Manuel Unzaga. Música original: Juan Pablo Bochatón-César Rodríguez. Diseño de luces: Damián Curcio. Dramaturgia y dirección: Beatriz Catani. Espacio Callejón.

domingo, 8 de junio de 2008

DORISDAY. “La última de Tarrío”, por Matías Nan


Lo cinematográfico, lo musical, lo digital y lo virtual adquiere estatuto de acontecimiento teatral en manos de Tarrío[1]. Como en “Decidí Canción”, “Salir lastimado”, “Kualalumpur”, entre otras de sus obras, en Dorisday este joven director integra discursos y temáticas provenientes de otros lenguajes al lenguaje de arte teatral (dimensión simbólica). Las “nuevas tecnologías” son dialectizadas en escena a través de una gran variedad de recursos y signos teatrales. Se ponen en conflicto y en relación elementos provenientes de soportes contemporáneos. Un “montaje” (dimensión imaginaria) que nunca olvida un tratamiento teatral del espacio y el tiempo, logra, a través de una clara calidad de presencia actoral, comprometerse con temáticas contemporáneas, al mismo tiempo que reedita uno de los caracteres mas antiguos del arte teatral: el celebratorio.

Una composición dramatúrgica fuertemente apegada al presente, desde las bases históricas de nuestro arte. Tarrío dice desde el teatro y con el teatro, articulando lenguajes y sucesos contemporáneos. Sus actores también se dicen en esa articulación. Todos son, de algún modo, protagonistas de lo que ocurre en ese momento y en ese espacio, transformado y reconvertido infinidad de veces. Subidos a una corriente de vitalidad y juego llevan a los espectadores a pasear por películas, musicales, la web, encuentros personales, el absurdo, el sueño, la denuncia social. Todo eso, en un clima festivo. Como en otras obras del mismo director, en Dorisday, se propicia un lugar de enunciación placentera, y como en otras producciones también: se da a ver, se entrega, se participa. Desde ese lugar parecieran construirse las relaciones entre los actores, y con los espectadores. Se intuye un trabajo de fuerte autenticidad y con principios eminentemente deseantes. Pareciera que no se busca satisfacer a nadie, ya que la propuesta no obedece: ni a un texto, ni a una película, ni a un actor, ni a una institución. Se vale de todo ello. Sin abandonar la técnica y el profesionalismo, este acontecimiento espectacular nunca se desconecta, y por consecuencia tampoco permite que el espectador lo haga. Una verdadera invitación a otro mundo.

Tal cual sosteníamos en elaboraciones anteriores, aquí podemos distinguir también lo borromeo en lo teatral. Las tres dimensiones (simbólica, imaginaria y real), se encuentran fuertemente articuladas en esta obra, que como otras del mismo director, no escatima la aparición de lo deseante (movimiento vitalizado, subjetivo y constructor). Es evidente la presencia…de intereses, conflictos, gustos, anhelos y experiencias personales de sus hacedores. Esa “materia prima” puesta a jugar con imágenes de formas diversas y múltiples signos escénicos, le otorgan a la obra el carácter que es de mi interés como actor y espectador. Sin duda, y dada su especificidad, lo real no puede significarse ni imaginarse. Sólo podemos bordearlo valiéndonos de las otras dimensiones.

Al mismo tiempo que da cuenta de la inconsistencia de las relaciones de amor y sus dolorosas consecuencias, Tarrío pareciera, con esos signos e imágenes, querer conjurar ese real, desde una enunciación festiva y una dirección que por momentos genera hasta esperanza.


[1] Actúan: Cinthia Cozzi, Mariana Etchepare, Eugenia Fiorentini, Ana Victoria García, Ani Gonzalez, Aldana Illán, Daniel Junowicz, Juana Larotonda, Emiliano Pandelo, Pedro Pena, Ana Micaela Sancho y Lucía Torchia.

Arte: Ana Press; Asistencia en arte: Selva Orfila; Realización: Emiliano Muños (Una cama para Doris); Coreografía: Melina Martin; Asistente de luces: Claudio Del Bianco; Fotografía: Laura Ortego; Coordinador de producción de los proyectos de graduación: Sergio Spinella; Producción: Una cama para Doris; Coordinación técnica: Gabriel Terenzio

Prensa: Indeleble Comunicación Creativa; Gráfica - edición de audio y video: Daniel Junowicz; Guión: Gustavo Tarrío - Leonel D’agostino

Asistente de Dirección: Franciso Benvenutti; Dirección: Gustavo Tarrío

www.elblogdedorisday.blogspot.com; Proyecto Espectacular de la Licenciatura en Actuación del Departamento de Artes

Dramáticas del IUNA. Año 2007.

domingo, 4 de mayo de 2008

“El lobo: una relación crítica y teatral”, por Matías Nan


La obra dirigida e interpretada por Pablo Rotemberg[i], articula los lenguajes de la música, la danza y la actuación. La organización rítmica es muy rica. Bajo un preciso y diverso manejo del tiempo se propicia un crescendo dramático, que conjuntamente con imágenes cargadas de intensidad, capturan la percepción del espectador. El intérprete – director utiliza su cuerpo en niveles de expresividad altísimos, y realiza contrapuntos entre los diferentes lenguajes de la escena, que fortalecen y enriquecen lo que se dice. Existe una condensación del espacio real y el ficcional muy original, que conjuntamente con los objetos que lo integran, son utilizados en casi todas sus posibilidades, en permanente tensión con el cuerpo del intérprete y sus movimientos. Los estímulos sonoros son de factoría y género diversos, se amalgaman en la propuesta visual, y el desarrollo del discurso espectacular en general. Todos los lenguajes utilizados se expresan en tensión de opuestos permanente.. Se evidencia un importantísimo dominio técnico de Rotemberg en la danza y la música, acompañado por un nivel de presencia escénica que no abandona nunca la intensidad vital.

Dentro de un límite muy delicado, que por momentos parecería resultar peligroso para su integridad física, Rotemberg intensifica tensiones humanas muy primarias. Hace deseable de presenciar, por vía del humor y el virtuosismo técnico, reales subjetivos habitualmente asociados a lo “terrible” y “sucio” de nuestra condición animal.

Es decir, propicia la aparición de lo inconsciente. En palabras de Brook: “Hacer visible lo invisible”. Este es, el ejercicio que fundamenta el quehacer teatral de mi interés, en muchas de sus prácticas (formación, actuación, y teorización). En este sentido, creo que la incorporación de la crítica teatral en el estatuto de práctica integrante de dicho arte, propicia la posibilidad de pensarla y realizarla con mecanismos, y desde condiciones de enunciación similares a algunas de aquellas que la propia disciplina posee.

A continuación detallaré, solo algunos de los supuestos que subyacen a la realización de de un análisis crítico teatral, como efecto de lenguaje de una relación humana, que intenta hacer consciente lo inconsciente:

- La convicción de que al tratarse de una relación, los fenómenos subjetivos no deben forcluirse sino por el contrario considerarse como parte activa del trabajo.

- La consciencia de que el deseo de hablar de lo presenciado, es un primer efecto de la relación y como tal debe ser considerado como uno de los principales objeto de análisis.

- La consciencia de que al tratarse de una práctica deseante, la dirección del trabajo debe partir de una auténtica pregunta, es decir desde la falta. Esto implica, entre otras cosas, el abandono de la seguridad de saber lo que se quiere decir, por la confianza de que, dicho saber, se encontrará en el propio acto de lenguaje.

- La consideración por tanto de que los efectos de significación siempre son aprés-cup, sólo después de presenciar y de analizar discursivamente lo presenciado puede decirse algo de ello. No antes, y no todo.

- La clara consciencia de que una discursividad (análisis crítico teatral) que sanciona, castiga y/o descalifica se inscribe en una enunciación demandante y no deseante. Espera y reclama del otro una acomodación a ideales propios, aspecto estéril si pensamos a la práctica del análisis crítico teatral como constructora de nuevos movimientos deseantes y creativos.

- La convicción de que sólo bajo la propia subjetividad y a partir del análisis de lo que en ella sucede la relación adquiere la significaciones expuestas, reconociendo que las valoraciones técnicas realizadas se hallan ligadas al propio modo de realizar, valorar e interpretar la práctica teatral.

- La convicción de saber, que en estos términos, el análisis crítico teatral se convierte en un ejercicio que responsabiliza a sus hacedores, y por ende, no culpabiliza a nadie de nada, es decir se inscribe dentro de una ética deseante.

Bajo estas condiciones el resultado del trabajo es directamente proporcional a la competencia de sus participantes, calidad de la relación y por supuesto, la valorización de la misma como aspecto fundamental en el quehacer teatral.

Finalmente cabe señalar, que bajo esta lectura se posibilita la aparición de lo simbólico, lo imaginario y lo real de lo teatral; es decir lo borromeo.



[i] Intérprete y dirección: Pablo Rotemberg
Asistente de dirección: Silvina Duna
Producción: Vanina Fábrica, Silvina Duna
Colaboración creativa: Gustavo Tarrío
Música: Chris Durán, Liszt, Mahler, Mompou, Nina Hagen, Tchaikovsky
Diseño de sonido: Pablo Bronzini
Iluminación: Fernando Berreta
Escenografía: Mirella Hoijman
Realización de tarima: Ariel Vaccaro
Vestuario: Paola Delgado
Fotos: Diego Vignolo, María Gracia Geranio
Prensa: Marina Belinc. En El Camarín de las Musas.

sábado, 26 de abril de 2008

“Si me quedo quieto, todo se mueve” o “Cleansed , trastornando la brújula” por Gerardo Camilletti

Para manipular al espectador hay que hacerlo hasta las últimas consecuencias, sacarlo de toda certidumbre y ubicarlo en un lugar sobre el vacío. Más bien, vaciarle el mapa conocido y obligarlo a hacer un recorrido dominado por la ficción, que en definitiva es un lugar que está al margen de lo real. Sacarlo de cualquier continente conocido.

Sujeto a las certezas, el espectador contemporáneo, a veces encuentra su ruta violentada y pierde la noción de lugar, se pierde con una brújula que mueve el norte aunque esté quieto. Así funciona Cleansed [1], con un espectador cuya brújula ya no sirve para nada y debe reinventar el norte o aceptar el que propone la escena que comienza en la entrada del Teatro Ferroviario “El Gato Viejo” en donde la idea de viaje domina el espacio surcado por vías muertas o incompletas.

La puesta en escena de Mariano Stolkiner sobre el texto de Sarah Kane no comienza con el espectador en la sala sino mucho antes, cuando adquiere su “localidad”. Y encomillo esta palabra que se resignifica claramente en esta propuesta, en la que cada uno del público se localiza en un territorio indeterminado. Cuando se accede al espacio para ver el espectáculo, al espectador se le coloca un precinto en la muñeca, desde ese momento comienza Cleansed porque así como los personajes son manipulados en un espacio al que no se sabe cómo entraron y del que no pueden salir, el público es puesto en un espacio en el que no sabe cómo entra y se desorienta cuando debe salir. Sin duda, en el precinto que se coloca en la muñeca hay un gesto de “captura” que se acepta no sin mansedumbre, una captura menos peligrosa y violenta, claro, que la que padecen los personajes de Sarah Kane. Más tarde, se invita a subir a un transporte escolar no poco siniestro, es un viejo colectivo pintado de naranja en cuyo interior sólo se ve la penumbra producida por una luz mortecina y plásticos negros que cubren la vista al exterior. Tampoco resulta menor que sea un transporte escolar si entendemos que estos vehículos llevan niños a ser educados (del latín educāre: conducir, encaminar, dirigir). A partir de ese momento el colectivo comienza una marcha hacia algún lugar, el recorrido que hace no es dado a conocer y el efecto que provocan los giros, avances y marcha atrás, desestabilizan al espectador provocándole un borramiento de la referencia geográfica y posiblemente, en consecuencia, un aturdimiento del sentido de la orientación. Eso es, un aturdimiento en su percepción del espacio. Cuando el transporte estaciona, el espectador ingresa en la sala recorriendo un pasillo en la oscuridad y ya resulta imposible reconstruir el norte perdido. A pesar de sentarse en sillas frente a los actores y que esto parezca un lugar de uso corriente para el espectador, ya no lo es porque sólo puede diferenciar su lugar del de los actores y, tal como los personajes, queda atrapado en un espacio al que fue llevado. Ve Cleansed pero no sabe dónde ocurre, no solamente la ficción sino dónde está ocurriendo el espectáculo.

El espectador no sabe dónde está, sólo sabe que es un lugar construido arbitrariamente por el director, que violenta la noción de sentido y que ubica, desde la prepotencia de la creación, al espectador en un lugar extraño y por lo tanto re-creado. Por supuesto que acá, las palabras prepotencia y violencia pierden su valor negativo, hablo sobre la creación artística y en este caso, en la medida en que no atente contra la integridad del espectador, todo gesto violento y prepotente es bienvenido, es la única manera de con-mover algo.

Es decir, en un espectáculo como Cleansed, en el que los personajes están ubicados en “el perímetro de la universidad” y el espectador en “algún lugar del universo”, se percibe claramente una de las características que domina la escena contemporánea -y sobre la que vengo insistiendo hasta que la escena me demuestre lo contrario-, que es la de ubicar al espectador en una ficción de la que es parte de un modo u otro, una ficción en la que se ve obligado a construir por un momento un sistema de referencias que le sirva para sobrevivir en un mundo teatral. Otra vez, todo es teatro y por lo tanto, todo se redefine a partir de eso. Ahora, no sólo el espectador reconfigura su estatuto en tanto espectador sino que, debe acomodar su cuerpo en un espacio que ni siquiera puede ubicar, sólo sabe que está en Retiro, en una zona de viajes desde donde ya no se viaja más que a la ficción.

Sin duda, puedo seguir insistiendo en que si el hombre en el siglo XVI debe asumir la redondez de la Tierra y más tarde debe aguantarse la idea de que se mueve, hoy sabe que es sólo una parte del asunto y debe entender que los límites son sólo una convención, como el discurso sobre la realidad que es muy poco diferente del teatro: apenas una organización de signos que crean mundos, realidades transitorias, mapas inestables.



[1] Ficha técnica: Cleansed de Sarah Kane. Traducción y Adaptación: Mónica Koller y Mariano Stolkiner. Actores: Carlos Eduardo Spindola, Hernán Catvin, Sebastián Pajoni, Gustavo Antieco, María Milessi, Pedro Riva, Ana Livingston. Diseño del espacio escénico: Mariano Stolkiner. Música Original y Diseño Sonoro: Juan Bernabé. Diseño de Luces: Julio López. Diseño Gráfico: Luciana Waisberg. Fotografías: Res. Gestión de derechos de autor: Marion Weiss. Asistente Técnico: Pablo Regazzoni. Asistente general: Marcos Pastor. Asistente de dirección: Sofía Spano/ Arikitai Rayo. Dirección: Mariano Stolkiner.

domingo, 2 de marzo de 2008

Les Éphémères o la cinta de Moebius, por Liliana B. López


El espectáculo exhibido en ocasión del VI Festival Internacional de Buenos Aires, Les Éphémères, del Théâtre du Soleil[1] (2007), tuvo una descomunal repercusión en los medios locales (gráficos, sitios web), en exposiciones académicas, privadas, y en ese termómetro infalible que son las conversaciones informales entre los habituales asistentes del teatro porteño, que suelen denominarse “boca a boca”. El fenómeno me impacta más por el desmesurado eco, que por el hecho teatral mismo; esto me obliga a preguntarme sobre lo que habré dejado de percibir durante las ocho horas de duración del espectáculo. Como tengo la firme convicción acerca de que la subjetividad del crítico debe manifestarse en su escritura, pero también que esta debe ser una subjetividad sistémica, quiero saldar aquí una deuda pendiente: la crítica no debe escribir sólo de aquello que le apasiona (lujo que he venido practicado asiduamente, por el privilegio del azar) sino de aquel objeto que le ofrece resistencia.

El teatro no es sólo lo que transcurre en el espacio escénico sino que hay que considerar, además, la sala, los espectadores, la relación espacio-sala, la extraescena, la temporalidad, entre otros aspectos.

La percepción de la temporalidad es una de las cuestiones más complejas, y ha sido abordada desde la filosofía, el psicoanálisis, la física, la estética, la historia; habría que pensarlo al revés, que es materia de toda disciplina. En el teatro, el tiempo se divide en dos grandes áreas: el tiempo ficcional, de la historia o de lo representado y el tiempo de la representación. Pueden coincidir en sincronía, aunque lo más frecuente es que el tiempo de la ficción sea más extenso que el de la representación. Por suerte, no es lo que sucede en este espectáculo, ya que las elipsis retrotraen la historia a la infancia (y aún antes) de algunos, de muchos de los personajes, a la manera de las sagas familiares y los folletines decimonónicos. Afortunadamente, porque ocho horas de representación, aún con intervalos, puede resultar un exceso, al menos para mi percepción subjetiva del tiempo. Aunque me animo a sugerir, que ocho horas de tiempo “objetivo”, constituyen una porción nada despreciable de tiempo cronológico, dado que somos seres efímeros por naturaleza y porque es lo que el espectáculo sostiene.

La fragilidad de la existencia humana (esa sería su moraleja, a mi entender), habría de deducirse de esos fragmentos o “tranches de vie” sobre plataformas móviles (lo que parece que no es un detalle menor). En el tercer o cuarto intervalo, comenté que la estética me parecía antigua, un naturalismo teatral en estado puro, excepto por las plataformas, a lo que una colega, tan embelesada con la obra como el resto del público, me amonestó: “Pero es con las plataformas”. Lo que es rigurosamente cierto. Y entonces, me pareció posible una conexión con el teatro medieval. Sus características sobresalientes (dejando de lado los contenidos, predominantemente religiosos) eran el gigantismo y la fragmentación: podían durar desde cuatro a veinticinco días (como Jeu de l´Adam o La Passion d´Arras).

El teatro religioso durante la Edad Media también perseguía la verosimilitud; claro que ese verosímil apelaba a un código simbólico (diablos y santos, Paraíso e Infierno verosímiles) yuxtapuesto al código cotidiano (mundo terrenal). De igual forma, era episódico: cada una de las “escenas” bíblicas o hagiográficas podían ser vistas durante las procesiones, que se detenían detenían en las mansiones. Estas “moradas” podían, al igual que el espectáculo del Théâtre du Soleil, ser utilizadas sucesivamente. O, mediante algunos cambios, representar otro espacio. En Inglaterra existía la variante de los carros (pageants) que circulaban por el espacio público. El teatro medieval posibilitaba un aprendizaje simbólico, mediante la representación de la visión de mundo única proporcionada por la institución religiosa dominante, un procedimiento que Bertolt Brecht supo aprovechar en su teatro épico para objetivar las contradicciones del capitalismo.

Sin embargo, hay dos diferencias: la primera, es que en el mundo medieval, no estaba delimitada la frontera entre actores y espectadores, ya que se alternaban, y todos se desplazaban. En el espacio del Centro Municipal de Exposiciones, hay separación neta, aunque al rotar las plataformas, quede disuelta parcialmente la frontalidad. La segunda, corresponde al mundo representado, que es exclusivamente secular. Micromundos privados (livings, dormitorios, jardines) o públicos (playa, oficinas, hospitales): en el espectáculo de la vida privada, pueden leerse los signos de la vida social, con predominio del estrato pequeño burgués. Con sus miserias y sus heroísmos anónimos, provistos de tecnología pero incomunicados, sus microhistorias se deslizan como en una cinta de Moebius, hasta desaparecer detrás de la torsión última, sin la certeza de los hombres medievales (pero tampoco el temor) por el más allá. Efímeros, pero con plataformas.


[1] Ficha técnica: Propuesta: Ariane Mnouhkine; música: Jean-Jacques Lemêtre. Espacio: Ariane Mnouhkine. Se estrenó el 27 de diciembre de 2006 en el Théâtre du Soleil en la Cartoucherie, Paris.

martes, 22 de enero de 2008

El espectador involucrado (por Gerardo Camilletti)



No estoy seguro de preguntar si algunos espectáculos ubican al espectador en un lugar inhabitual o si en algunos espectáculos, los espectadores deciden quebrar el límite que los excluiría normalmente de la representación. Lo cierto es que, al romperse la frontera entre producción y recepción, se pone en crisis el carácter teatral del espectáculo. Esto no es, por cierto, un hecho desafortunado para el teatro, sencillamente, se produce una reconfiguración del espectador, del teatro y, también, una posibilidad de reformular el concepto de teatralidad.

En espectáculos como Y nada más de Alejandro Tantanián, El orín come el hierro, el agua come las piedras o los sueños de AliciaS de Emilio García Whebi, Manifiesto de niños del Periférico de Objetos, y algunos otros, en los que el espectador no sólo observa sino que asiste como parte del espectáculo, los límites de lo ficcional exceden la obra e involucran el plano de lo externo, o sea, lo que no sería parte del texto-obra. En espectáculos como estos se produce un deshacimiento de la localización del espectador que, por las posiciones que va ocupando (no sólo físicamente), se territorializa y desterritorializa intermitentemente y muchas veces queda conformado en un territorio que pertenece al orden de lo espectacular. Ahora bien, cuando tal frontera se hace imperceptible o se borra directamente, ¿cómo entender la naturaleza de ese acontecimiento? No es una pregunta por la clasificación, es una pregunta por el funcionamiento. Sin entrar en un intento de establecer diferencias entre teatro, performance, instalación, intervención, happening, etc, propongo ver estos fenómenos como formas de ceremonias.

Antes de continuar, parece necesario aclarar que no pretendo ver cierto carácter religioso o algo por el estilo sino que intento observar comparativamente lo que ocurre en ciertas celebraciones con lo que ocurre en algunos espectáculos y establecer algunas diferencias como por ejemplo, entender apriorísticamente que en el primer caso la vivencia “real” de lo extracotidiano tiene que ver con una cuestión de fe, de sistemas de creencias que no se ponen en duda y en el segundo caso, es posible que esta situación análoga, la vivencia “real” de lo extracotidiano, tenga que ver con un contexto determinado, además de los procedimientos del espectáculo que permitirían poner al espectador en una situación de no-espectador.

Lejos de observar experiencias místicas, me centro en el aspecto envolvente de los espectáculos en donde el acuerdo va más allá de la denegación, o sea, más allá de aceptar momentáneamente lo que se observa como real sabiendo en todo momento que lo que ocurre no es verdad; muy lejos también de pensar en el espectáculo como ceremonia en cuanto acontecimiento social o vivencia conjunta de un hecho estético. Son, ciertamente, espectáculos en los que actores y público configuran en conjunto una realidad, con características estéticas, claro, pero una realidad que no se desprende de lo cierto sino que aparecería como “eso” que es real pero no habitual, no cotidiano y no por ello ficcional. Como en las ceremonias religiosas.

Quienes practican devotamente una religión no tienen mayores dudas acerca de la realidad extracotidiana de la que participan en una celebración religiosa, del carácter real de esa experiencia. Es improbable que no se impliquen en la celebración, que observen ajenos a eso; si así ocurriera, si su lugar quedaría restringido a un espacio de observación de “lo otro”, estarían ubicándose en el lugar de espectador teatral tradicional y adjudicarían así un carácter ciertamente ficcional al evento.

Sin entrar en la discusión acerca del concepto de representación cuyo uso limitaré al de “sustitución de una cosa por otra ausente”, vale tener en cuenta algunas distinciones. En general cuando se habla de representación, se la asocia a la idea de ficción y, es claro para cualquiera, que una representación de algo es ficción si lo sustituido tiene su referente en lo imaginario. Pero en espectáculos como los mencionados arriba, todo esto pareciera volverse a confundir. Dejemos de lado aquellos espectáculos en los que es evidente la teatralidad en cuanto a la diferenciación del espacio del espectador y el espacio de la representación, entre actor y personaje, entre actor y público, entre tiempo real y tiempo representado, y todo eso de lo que ya sabemos. Si bien lo que se representa “trae al presente” algo que no está y, por lo tanto, lo que se percibe es algo así como la imagen o el fantasma de lo ausente, eso que “no está” sino sustituido, es real. El sustituto asume una forma tal que queda en el límite entre lo real y lo fantasmagórico, pero no necesariamente imaginario, es decir, no necesariamente es el producto de la fantasía (vale recordar que una de las acepciones de la palabra “fantasía” para la RAE es: Facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales.”).

Por lo tanto, si el espectador es parte de la realidad acontecida en el marco del espectáculo, se transforma en parte del texto y, a su vez, si es capaz de producir textualidad, quedará indudablemente en un lugar fronterizo desde donde tendrá que vérselas para poder construir un discurso acerca de lo que vio que será, por supuesto, también un discurso acerca de sí mismo.

Por ejemplificar brevemente, podríamos revisar qué es lo que ocurre en Y nada más de Alejandro Tantanián. El espectáculo gira en torno de la figura de Marina Tsvietáieva y, a pesar de ser presentado desde el programa de mano como “Un retrato de Marina Tsvietáieva, poeta (Moscú, 1892 –Yelabuga, 1941)”, los actores, además de hacerse cargo de textos de la poeta y de recuperar en el relato algunos datos biográficos, también presentan aspectos de sus propias biografías. Desde el principio, una de las actrices saluda de manera directa al público aclara que lo que se va a ver no es teatro; a pesar de poder ser tomado como una broma, una especie de ironía, realmente el espectáculo comienza a perder su apariencia de texto externo al espectador y, reforzado por la disposición espacial y la ubicación de actores y público, se configura lo que podríamos llamar una ceremonia. No sólo la ceremonia tiene que ver con traer al presente a Marina Tsvietáieva sino con re-presentar el pasado de los actores, en cuyo discurso se implica al espectador esperando asentimientos, respuestas físicas, reconocimientos de lugares y experiencias comunes. Si el hilo conductor tiene que ver con la vida y la correspondencia amorosa de la poeta, ese hilo va siendo entretejido con el relato autobiográfico de los actores y el que cada espectador agrega desde esos lugares comunes del recuerdo, de la rememoración. Tal rememoración, (al igual que las rememoraciones en las celebraciones religiosas), ponen al espectador en un lugar de participación que anula la frontera que divide ficción de realidad, ubicándolo así en el territorio del texto, configurando un mapa en el que Marina es vista en relación con los actores y viceversa y también el espectador es visto en relación con esto. En este caso, la celebración tiene que ver con el recuerdo, con la infancia, el amor, la soledad, pero cabe aclarar que no son tópicos transitados en Y nada más como los lugares comunes de identificación sino como aquellos lugares comunes que permiten la participación, la con-memoración.

De ahí que surja el inconveniente para elaborar un discurso crítico tradicional, es decir, un discurso en el que el crítico se supone ajeno y hasta “por encima” del espectáculo.

Estos lugares de “incomodidad” para el crítico, se me ocurren, al contrario, lugares de una enorme posibilidad de reflexión y escritura, ya que, sin caer en un discurso meramente sensible, impresionista, es posible elaborar un discurso subjetivo, por qué no poético, sin que por ello se pierda de vista o se deje de dar cuenta del espectáculo. Cuando pensé en el título para este artículo, me vi tentado a inventar alguna palabreja que diera cuenta del tipo de recepción de la que quería hablar, pero tal neologismo tenía que implicar “incorporado” “cómplice” “copartícipe” “coautor” “envuelto” “ligado”, y observé que en la lista de la que sacaría una especie de centauro lingüístico, todos los términos estaban relacionados con formas de vinculación social, de carácter casi político, por último, decidí usar “involucrado” porque creo que a fin de cuentas, el teatro (al menos el que utilicé como ejemplo) sigue siendo como en el siglo V aC, una cuestión de la polis, parte de una celebración en la que todos están implicados o involucrados en una misma creencia.

Finalmente, no creo que sea posible eludir una mínima alusión al contexto, sobre todo después del párrafo anterior. Si bien, las características de este espectáculo como la de otros mencionados no son la novedad que trae el siglo XXI, se puede pensar que tampoco es casual que en un contexto en donde los puntos de vista, la experiencia con las localizaciones del receptor respecto tanto de experiencias estéticas como de experiencias comunicativas cotidianas, permiten comprender naturalmente que los espacios desde donde se mira, los puntos de vista, son de una inestabilidad llamativa. Inestabilidad que, lejos de ponernos en situación de angustia, alienta a celebrar poder dejar de ver siempre con los mismos ojos.

domingo, 6 de enero de 2008

Dos escorzos sobre Pelícano, de Strindberg (por Liliana B. López)

(Del Bestiario de Oxford, folio 46 v.)

1.Sobre Pelícano (Strindberg-Cano)

Pelícano, de August Strindberg, a cien años de su estreno mundial, ha sido nuevamente llevado a la escena por el dramaturgo y director Luis Cano[1]. El tiempo parece no haber transcurrido para el drama que se despliega en la lectura del director, que promueve una intensa actividad del espectador en la distribución de varios puntos de vista simultáneos en un espacio escénico apaisado, pero que no impide la perspectiva. En el centro, una chimenea apagada y junto a ella, la vieja criada Marga cobra el protagonismo del que carece en el texto dramático. Una casa habitada por varios misterios, entre ellos, la música, cuya fuente de emisión permanece hasta el final en un “fuera de campo”, va intensificando las situaciones y los climas, aún en el anacronismo de la fiesta ochentosa. La figura paterna, que en Señorita Julia se indica en la metonimia de las botas y los timbres, y que en Padre se desplaza desde la hegemonía del centro para desterritorializarse en la locura y la muerte, en Pelícano aparece en el ícono acusador del retrato, en la mecedora, en las acusaciones de una carta escondida y en los recuerdos discordantes de los personajes. Suficiente para encender la fibra de la discordia e inflamar las brasas del resentimiento, que va a ir aflorando progresiva e ineluctablemente.

2. Strindberg, la alquimia y los procesos de individuación

La obra puede leerse como un sórdido drama familiar burgués, minado de miserias e iniquidades truculentas, que por momentos transitan el melodrama. Puede resultar modélica de la estética naturalista, que adhirió a las propuestas de Emile Zola para el arte teatral. A pesar de los desvíos de las traducciones, puede intuirse la arquitectura del lenguaje, el vitalismo y la crudeza de los diálogos. Como la mayoría de las obras de Strindberg, Pelícano admite y resiste cualquier tipo de interpretación, proveniente de los más disímiles abordajes y marcos teóricos. Intuyendo que bajo su título y la alegoría a la que alude, podría haber un entramado simbólico subyacente, propongo seguir un recorrido sesgado, partiendo del plano icónico en su relación con la narración.

La fábula del pelícano aparece en el texto de Strindberg en dos versiones, que llamaré a) positiva (incompleta) y b) neutra. La primera versión, proviene de la madre y consiste en hacer una analogía de su rol con la del pelícano que alimenta a sus hijos con su propia sangre. Su yerno, en la fiesta de bodas, le dedicó un poema alusivo. b) la científica, que proviene de los libros de zoología, y que niega la anterior.

La primera versión tiene una extensa tradición en los bestiarios medievales, entre ellos, el Fisiólogo, pero incluye una primera parte –omitida en Strindberg- en la que los polluelos, al crecer, golpean a sus padres en el rostro y éstos los matan. Luego de tres días de aflicción, la madre se abre el costado y resucita los cuerpos muertos con su sangre[2]. Existe una tercera versión, también en el Fisiólogo, en la que aparece la serpiente, que mata a los polluelos soplando su veneno. Cuando el pelícano los encuentra, vuela hasta las nubes golpeando sus alas hasta desangrarse, y esas gotas que atraviesan las nubes, los resucitan. En los bestiarios posteriores, la asimilación del pelícano a la figura divina es recurrente, así como la de la serpiente con el diablo y los polluelos con Adán y Eva o la raza humana.

En la alquimia práctica se denomina “pelícano” al vaso donde se produce la distillatio, el proceso de depuración y purificación; por extensión, en la alquimia filosófica (Paracelso, M. Majer) se producía allí la depuratio del hombre. Carl G. Jung asimiló este proceso al concepto del “Yo”.

La imagen-concepto que generada por Strindberg adquiere ahora otra interpretación; el pelícano-padre es recordado así por la madre: “…y de repente oímos aquellos horribles gritos que venían de la plantación, aquellos gritos que nos parecieron venir del patio de la cárcel o del manicomio… ¿te acuerdas? Era él, vagando por la plantación de tabaco, envuelto en las tinieblas, bajo la lluvia, aullando de dolor por la ausencia de la mujer y de los hijos…” El Padre fue aniquilado por la Madre y su verdad, revelada en la Escritura (la carta). La Madre (tanto en Pelícano, Padre y Señorita Julia) adquiere el carácter negativo, fatídico, de la trama simbólica en el arquetipo junguiano. Al contrario de la madre nutricia, esta Madre devoradora del alimento de sus hijos (sólo deja migas, sus comidas saben a “aire”), los obliga a permanecer en el frío y en la oscuridad. Exactamente lo contrario de lo que Winnicott define como la función materna: “Amparo: la base de lo que poco a poco deviene un ser que se vivencia a sí mismo”. El malestar, los síntomas de lo patológico están en la misma casa, emergiendo como Um-Heimlich a través de las percepciones olfativas, auditivas, táctiles y visuales: olor a muerto, a alimento “fantasma”, cuerpos tiritando, hambre, música inexplicable, mecedora que se mueve sola… y el fuego que consumirá lo que resta. La mentira como Ley de la madre y el ensueño como estado prevaleciente, impidieron cualquier tentativa de individuación, como la de Gerda con su recetario de cocina: una alquimia predestinada al fracaso.

Liliana B. López


[1] Con Ximena Banús, Federico González Bethencourt, Lautaro Vilo, Ivana Carapezza, Felicitas Luna/Celina González del Solar. Pianista: Ana Foutel. Escenografía y vestuario: Gabriela Aurora Fernández. Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux. En El Portón de Sánchez, 2007.

[2] Se ha hecho una analogía con Dios a partir del pasaje de Isaías 1,2 y en el NT, con Cristo (Mateo, 26, 27). En la epístola de Barnabás (texto del siglo IV, no aceptado) la comparación es completa: Cristo es el pelícano que se desgarra el pecho para sus hijos.

miércoles, 2 de enero de 2008

Lema (por Liliana B. López)


Lema[1]

Para inaugurar este blog, tratando de esquivar los lugares comunes –como “prólogo”, “introducción” o “propósitos”- me tropecé con la palabra “lema”; quizá no por azar, en cada una de las ocho acepciones del DRAE hay una fracción que reconstituye cierto sentido apropiado para este proyecto, sin que la suma devuelva un resultado con apariencia de totalidad.

El juego del significante queda expuesto y abierto para provocar la producción de la escritura, pero más aún, para la azarosa cuando no procelosa actividad de la lectura en este soporte, con rumbo incierto y destino mucho menos prefigurado.

1. m. Argumento o título que precede a ciertas composiciones literarias para indicar en breves términos el asunto o pensamiento de la obra.

A riesgo de generar una imagen especular, al titular “Lema” sin que haya un lema (según esta acepción), remito al nombre del blog: “Topología de la crítica teatral”, que es el nombre de un proyecto de investigación (que no se cierra al cine y otras artes). El blog es uno de los lugares en los que este proyecto (o al menos, una parte de él) se localiza. Su propósito temporal es constituir un espacio para que sus integrantes vuelquen sus ideas, sus líneas de investigación personal, sus avances. Un lugar de escritura virtual, como paso previo a la inscripción en un formato de otra materialidad.

2. Letra o mote que se pone en los emblemas y empresas para hacerlos más comprensibles.

No es el caso, pero queda abierto a la contingencia de la interpretación lectora.

3. Norma que regula o parece regular la conducta de alguien.

Ídem.

4. tema (ǁ proposición o texto de un discurso).

Ídem.

5. tema (ǁ asunto o materia).

Ídem.

6. Palabra o palabras que por contraseña se escriben en los pliegos cerrados de oposiciones y certámenes, para conocer, después del fallo, a quién pertenece cada obra, o averiguar el nombre de los autores premiados.

Esta acepción tiene el encanto del enigma: para resolver la identidad del sentido, habrá que seguir leyendo, aunque no haya premio.

7. Ling. entrada (ǁ de un diccionario o enciclopedia).

Muy conveniente para un comienzo. En la era del hipertexto, el link transporta hacia derivas infinitas.

8. Mat. Proposición que es preciso demostrar antes de establecer un teorema.

La relación entre escritura crítica y matemática es mucho más cercana de lo que parece. El psicoanálisis lacaniano, la literatura misma (Lewis Carroll, Borges) entre otras prácticas y discursos, han aprovechado algunas de sus especulaciones y procedimientos. El juego está abierto.


[1] Del latín lemma, y este del griego, λμμα.