sábado, 21 de mayo de 2011

El diario de Carmen, de Luis Cano

Ficha técnica:

CARMEN Gaby Ferrero
JUAN Mauricio Minetti
DIRECCIÓN DE VOCES Tian Brass
ESPACIO Luis Cano
REALIZACIÓN ESCENOGRÁFICA Víctor Salvatore
CARPINTERÍA Guillermo Manente
DISEÑO INTERIOR, UTILERÍA Y VESTUARIO Lorena Ballestrero y Laura Rovito
ILUMINACIÓN Mariano Arrigoni
MÚSICA Mega Cisterna Magna
COREOGRAFÍA Luciana Acuña
PIEZAS GRÁFICAS Laura Rovito
ASISTENCIA GENERAL Micaela Piccarelli
DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN Luis Cano

EN
elKafka espacio teatral
Lambaré 866
Teléfono: 4862-5439
Jueves 21:00 hs - Desde el 05/05/2011




El diario de Carmen abre a los espectadores un espacio íntimo, tal como lo eran (o son) los diarios así denominados. Pero no en calidad de furtivos voyeurs, espías institucionalizados por la convención teatral: por el contrario, Carmen (Gaby Ferrero) abre su ámbito privado a la mirada ajena, a través de su propia mirada. Construye así una paradoja, al exhibir su escritura –concebida para un uso privado- y su espacio de clausura –una suerte de huis clos voluntario.
En esta delicada tensión entre lo público y lo privado, lo abierto y lo cerrado, Carmen “dialoga” con un hombre, Juan (Mauricio Minetti), quien se va desvaneciendo a medida que transcurre el tiempo. Su estatuto en tanto personaje resulta, por lo menos, ambiguo: podría ser tan sólo un interlocutor imaginado por Carmen, como los confidentes del teatro clásico (su presencia asegura que el protagonista no hable solo), o bien, resume la escasa sociabilidad de Carmen, siendo el único testigo del solipsismo creciente. Juan comienza completando las frases que Carmen deja pendientes, suturando el vacío de los puntos suspensivos materializados en una voz. En esta dinámica de alternancia en el uso de la palabra hablada, toma cuerpo la escritura del diario íntimo, en el que siempre es posible intuir una intención dialógica.
Poner en escena la escritura de un diario íntimo, duplica esa mínima posibilidad de escapar del ensimismamiento, reforzado por algunos objetos (un teléfono desconectado) o el diseño del empapelado que coincide con el vestuario de Carmen, mimetizando el espacio con el personaje, sugiriendo un ámbito mental, más que físico y referencial.
El minimalismo de la escena y situacional potencia el valor de la palabra poética en el despliegue de un ritmo propio, de un imaginario singular, que vuelve, iterativamente, a un momento traumático, a una ausencia inquietante.
La apertura de ese micromundo cerrado en el que lo cotidiano resulta afectado por una pátina de extrañamiento, al mismo tiempo, lo vuelve familiar y reconocible.