martes, 24 de marzo de 2009

BODY ART, por Liliana López






Signos. Ya sea que quiera probar su amor o
que se esfuerce por descifrar si el otro lo ama,
el sujeto amoroso no tiene a su disposición
ningún sistema de signos seguro.
(Fragmento de un discurso amoroso, R. Barthes)






En body Art, que inicia su segunda temporada, se narra una historia de amor y desamor de manera muy sui generis. Las protagonistas, Elén y Aimé (o Emé, iniciando el juego de los signos) son artistas. Este estatuto, paródicamente, las despega del resto de los mortales, les confiere un aura –en el sentido benjaminiano- que ilumina, también, su vida privada. Corrección: esta esfera no existe sino para ser expuesta, pero a través de la estilización de los significantes.
Por el contrario, los desencuentros amorosos motorizan la producción de una obra de arte, organizada bajo la forma de un vernissage: el espacio escénico y la sala (con espectadores incluidos) se transforman en una galería de arte. Ilusión a la que colaboran todos los lenguajes de la escena –escenografía, vestuario, objetos, iluminación, música- producidos en cadenas de signos rigurosamente organizados por el director, Miguel Israilevich.
Los carteles en el piso señalan las estaciones del relato, fragmentos de los encuentros y desencuentros de una pasión, que, desajustes temporales mediante, nunca coincide en los sujetos. Cuando Aimé ama a Elén, ésta sólo se ama a sí misma. Cuando Elén ama a Aimé, la discípula ya ha desplazado sus impulsos eróticos-maternales en un muchachito carioca, adicto e hiperkinético, un souvenir vivo. Se llega tarde, o demasiado temprano. Como le ocurre al arte de vanguardia, condenado a emerger en la incomprensión, para luego caducar de gloria en el museo.
Las vanguardias históricas heredaron la figura de artista romántico, para el que no se concebía la separación entre vida y obra. Más tarde, hubo grupos que llevaron al límite la misma noción de arte al inscribir sus postulados en el cuerpo. El reverso de Elén, que narra la estetización de sus prácticas masoquistas como un hallazgo creativo.
Las actuaciones de Sol Rodríguez Seoane y María Colloca encuentran el tono justo, para desacralizar humorísticamente los contradictorios relatos que deconstruyen una historia que llegó a su fin, oscilando entre el drama íntimo y el snobismo. ¿Cuál es el límite entre arte y vida, entre ficción y realidad, entre creación y autoflagelación? La puesta en escena se abisma, plegándose sobre sí misma, y las respuestas quedan flotando, como dice Barthes, en “la incertidumbre de los signos”.



Ficha técnica: body Art de Sol Rodríguez Seoane. Con María Colloca, Ramiro Giménez y Sol Rodríguez Seoane. Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño de iluminación: Andrea Czarny. Música original: Sol Rodríguez Seoane. Versión piano: Ornella Lanzilloto. Versión Bossa Nova: Juan Ignacio Bianco. Operardor de luces: Juan Carzoglio. Coreografía: Gabriela González López. Fotografía: Natalia Sosa. Dirección: Miguel Israilevich. En espacio teatral El Kafka, los viernes a las 23 hs.