domingo, 30 de septiembre de 2012

Shopping & Fucking, de Mark Ravenhill






Ficha técnica
Autor: Mark Ravenhill
Traducción: Rafael Spregelburd
Actúan: Daniel Toppino, Luciano Ricio, Lucas Lagré, Alfredo Urquiza y Mjaría Milessi.
Asistentes de dirección: Julieta Cajg y Mathías Sassone
Diseño de espacio y escenografía: Santiago Badillo
Diseño lumínico: Julio López
Diseño de vestuario: Merlina Molina Castaño
Diseño sonoro y música original: Fernando Sayago
Diseño de video: Santiago Badillo y Mariano Stolkiner
Realización de video: Juma producciones
Actores en video: Mathías Sassone y Mariano Stolkiner
Fotografía: Guido Piotrkowski
Producción general: El balcón de Mersault
Dirección: Mariano Stolkiner
Espacio: El Extranjero


Una dramaturgia potente y descarnada encuentra bajo la dirección de Mariano Stolkiner su acabada realización escénica. Yendo más lejos respecto de los límites de lo representable que en su puesta en escena de Cleansed, de Sarah Kane (2008), construye aquí una síntesis de códigos escénicos que ponen la actuación en primerísimo plano. Nada distrae de la intensidad del acontecimiento que generan los actores, ni siquiera la narración descarnada.
Cuatro seres que intentan sobrevivir en un territorio desangelado, hasta que un extraño personaje parece solucionar los problemas económicos de dos de los más jóvenes. La lógica del intercambio funciona como el principio dominante en una serie de secuencias, la mayoría de las cuales son contractuales, en todos los ámbitos de la vida, aún en el sentimental. Uno de los jóvenes quiebra la Ley del intercambio, regala una felicidad efímera bajo la forma de pastillas y el sistema se desestabiliza. No hay lugar para el don (lo que se da, sin esperar nada a cambio) y el error deberá ser subsanado.  Los videos muestran, por un lado, lo que se puede esperar, en una estética gore, y por otro, la producción del arte como una consecuencia del sistema cuyas leyes resultan inquebrantables.
Con mínimos accesorios, cada uno sintetiza el marco en el que despliega la ferocidad  del mundo capitalista, como la bandeja de comida, cuyo formato impide que se la pueda compartir. El color velado, grisáceo, aún las manchas rojas que aparecen diseminadas, como si se hubiera querido borrar los rastros de una carnicería anterior; el shopping, ese espacio de deseo, miniaturizado mediante una cortina de baño, son algunos de los índices de un espacio deshumanizado, una selva en la que la lucha por la supervivencia ahoga todo tipo de sentimiento. El mundo que plantea Ravenhill lleva a sus personajes al límite, los reduce a cuerpos cuyo único valor es el de la transacción sexual o la fuerza de trabajo. La pantalla del televisor, amplificada en los videos, no hace más que recordarlo. 
El trabajo de los actores es de una alta exigencia, al sostener esa tensión que proyecta la lucha por la vida, o al menos, algo que intenta parecérsele. Es otro logro de la dirección mantener ese ritmo, sin crispaciones ni estereotipos, que bordea entre la marginalidad y al mismo tiempo, la generalidad de cada uno de ellos.