Este espectáculo de Beatriz Catani, que recién ahora podemos ver en Buenos Aires, podría llamarse de una manera mucho menos poética que la que condensa su título -algo así como “Lo que dejó la crisis”- pero, afortunadamente, evita la referencia directa y procede por alusión poética.
Los relatos aminorados se construyen y se deconstruyen como el tejido de Penélope, en fragmentarias charlas de café; apenas monólogos, porque nadie parece escucharse más que a sí mismo; apenas unas tarjetas postales, algo menos que una carta; apenas, unas canciones. El monolingüismo del Otro. La ausencia de los grandes relatos, de los que ya no queda ni memoria. Hay que reinventar todo, desde el llano, desde la desgracia.
Los espacios son creados por los cuerpos. De a ratos, el “bar” resulta una suerte de Babilonia latinoamericana, donde las diferencias que marcan los idiolectos no ocultan una indigencia común, la falta de trabajo, la dignidad resentida. La pensión, donde caben dos, pero pueden caber tres. Y la calle, la estación de tren, donde puede ocurrir todo, el robo y también el amor a primera vista.
Los objetos van y vienen, sustraídos, devueltos, donados: desde una heladera portátil, prendas femeninas, o la bola de cristal con paisaje nevado, tan kitsch, pero que, de mano en mano, deviene en talismán.
Hay que reinventar todo, empezando por los vínculos, por la repetición de una canción polaca –cuya traducción decepciona- pero que opera como ritornelo a un pasado inventado. Un teatralidad que parte de lo mínimo, que desacraliza (por omisión) las convenciones, que se rearma desde los restos de poesía de lo cotidiano.
Actúan: Graciela Martínez Christian, Leticia Fiori, Jorge Guntín, Román Kuzmanich, Silvia Rebagliati, Germán Retola, César Rodríguez, Juan Manuel Unzaga. Música original: Juan Pablo Bochatón-César Rodríguez. Diseño de luces: Damián Curcio. Dramaturgia y dirección: Beatriz Catani. Espacio Callejón.
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